miércoles, 11 de noviembre de 2009

ausencias disfrazadas de objetos


Los últimos años de Pocho fueron complicados. Dicen que tuvieron que internarlo contra su voluntad, ya que su vida no conocía médicos ni comodidades. También dicen que soñaba despierto, que ya no podía conectarse con la realidad, que sus delirios no tenían explicación racional. Los médicos del pueblo ya no podían hacer nada, sólo escuchar una y otra vez su simple pedido. Lo que él necesitaba eran sus zapatos. Sus zapatos y su bastón, claro. Alguna vez alguien escuchó el porqué de este inconexa demanda: "para irse".
A muchos kilómetros de distancia, al parecer, Horacio también soñaba despierto, mejor dicho, lo soñaba despierto. La semana anterior a su cumpleaños se consumió entre ojeras y premoniciones. Día tras otro, la misma sensación, el mismo grito ahogado entre las sábanas.
Un día, Horacio se despertó con un zumbido sordo limándole el tímpato, la quietud típica antes de la tormenta. Rellenó el aparente vacío acústico con el repiqueteo de las gotas de la ducha contra los azulejos del piso. Se secó abrazándose a sí mismo con la toalla. Unos minutos después atendió el teléfono: Pocho, su padre, había muerto hacía unas horas, durante la madrugada. El día en que Horacio cumplía 55 años.

3 comentarios:

  1. Lindo (y triste) relato. Justo hoy venía engolosinado con un tango, 'A mi padre', también muy triste y que toca un tema similar.

    Che, poné las fuentes.

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  2. Uuh, duro. Muy bueno, me fascinó en tan pocas líneas; pero es fuerte loco.

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